¿Qué hay de malo en la felicidad?”, se titula el primer capítulo de El arte de la vida, de Zigmunt Bauman; el cual comienza cuestionando si en algún momento, bajo ciertas circunstancias/condiciones la felicidad puede en realidad ser mala para los seres humanos. Actualmente, nuestra sociedad considera que la mejor manera de medir la felicidad es a través del PIB (Producto Interno Bruto), lo que conlleva a confundir la felicidad con prosperidad, una persona puede ser plenamente feliz pero no considerarse próspero (Próspero según la RAE significa “mejorar económicamente”) pensando que eso significa tener muchísimo dinero, entonces dada esa confusión lingüística llevada a nuestras vidas/pensamientos/creencias/palabras (¿Se dan cuenta del poder de las ideas?) es que confundimos riqueza material con felicidad, por eso pensar que, a través de una medida netamente monetaria como el PIB podremos acercarnos a palpar nuestro nivel de felicidad, me parece absurdo. También el libro cuenta sobre uno de los últimos discursos de J.F. Kennedy, en el que criticaba estos mismos aspectos del PIB.
Nuestro PIB tiene en cuenta, en sus cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos de nuestras autopistas. Registra los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares y las cárceles en las que encerramos a los que logran irrumpir en ellos.
Conlleva la destrucción de nuestros bosques de secuoyas y su sustitución por urbanizaciones caóticas y descontroladas. Incluye la producción de napalm, armas nucleares y vehículos blindados que utiliza nuestra policía antidisturbios para reprimir los estallidos de descontento urbano. Recoge [...] los programas de televisión que ensalzan la violencia con el fin de vender juguetes a los niños. En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En resumen: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir.
Si nos diéramos un momento para reflexionar sobre nuestra definición de felicidad, encontraríamos nuevas formas de vivir/disfrutar la vida, de construir, de crecer como individuos así como sociedad, de amar, compartir y sobre todo de ayudarnos entre todos. Si tienen curiosidad, definiré qué es la felicidad para mí a continuación; no pretendo que sea la versión final ni creo digna de evangelizar, pero sí es la primera de la que me siento segura: La felicidad es compartir, hacer una o más actividades que amo, aprender, analizar, equivocarme y aceptar cada una de las lecciones/momentos de la vida totalmente abierta, sin rencores ni arrepentimientos, en plenitud. Un estado constante de paz, amor, tranquilidad, energía, contemplación y aceptación de lo que fui, lo que soy y lo que busco llegar a ser, disfrutar y sanar mi pasado, presente y futuro.
Entonces la felicidad por sí misma no es mala, creo que sería el mayor motor de movimiento humano hacia la prosperidad pero no sólo económica también personal y como sociedad, pero nuestra sociedad está errando al momento que la confundimos, cuando no la vemos, apreciamos o definimos claramente.